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Adiós a un contador de historias

Narrar historias es la pega de un weupife y Sepúlveda abrazó el oficio como ningún otro autor de su generación. Una despedida a la vieja usanza.



El coronavirus se llevó esta semana al escritor Luis Sepúlveda Calfucura. A sus 70 años se encontraba ingresado en un hospital universitario de Asturias, en España, país donde residía hace más de dos décadas. La peleó por 48 días pero el virus, porfiado como él solo, pudo más. Fue la última pelea, cuerpo a cuerpo, de un sobreviviente de dictaduras, revoluciones y cuánta “causa justa pero perdida” se le cruzó por delante. Lo conocí a comienzos de los noventa. Yo era un liceano sureño aprendiz de escritor y su novela “Un viejo que leía novelas de amor” (1988) me acompañaba a todos lados, camuflada entre libros de Douglas Coupland, Rodrigo Fresán o Ray Loriga, los sacrosantos apóstoles de mi generación X. Eran tiempos de furiosa guerrilla literaria (los McOndo Vs Macondo) y algunos en verdad no queríamos refundar nada, solo aprender a contar historias. Fue leyendo sus novelas y crónicas que me alejé de autores europeos y gringos y de escritores locales que escribían como europeos y gringos y redescubrí, por ejemplo, al inmenso Francisco Coloane, al argentino Osvaldo Soriano y a joyas de los bajos fondos como Armando Méndez Carrasco y Luis Rivano, los “pacos escritores”. Por fin había dado con genuinos y verdaderos maestros del oficio de narrar. Lo conocí a comienzos de los noventa pero él recién se enteró de ello hace unos años. Fue en la Feria Internacional del Libro de Santiago 2016 donde coincidimos presentando nuestras obras. Allí charlamos de la vida, sus libros y también de los Calfucura, su linaje mapuche por el lado materno. Yo lanzaba la biografía de Francisco Huenchumilla. Allí dedicaba un capítulo completo al gran toqui del siglo XIX, Juan Calfucura, el Napoleón de las Pampas. Ello, por cierto, le interesó. “Usted es un verdadero weupife”, le dije en clave groupie interétnico, cuando nos despedimos. “No sé que chucha significa pero suena bonito”, me respondió con una risotada y un abrazo.


Según Manuel Llorente, periodista de cultura del diario El Mundo, Sepúlveda siempre quiso emular los epew (cuentos) de su tío abuelo Ignacio Calfucura, quien hacia hablar a zorros, pumas, cóndores y wiñas en sus relatos. Créanme que lo logró con creces.

Y es verdad, narrar historias es la pega de un weupife y Sepúlveda abrazó el oficio como ningún otro autor de su generación. Su obra, más de cuarenta libros, es monumental y llegó a ser leída en más de sesenta idiomas, en los cinco continentes. Su genio trascendió además lo literario probando suerte en el periodismo político, el teatro y también en el cine donde llegó a dirigir nada menos que al gran Harvey Keitel. De allí un merecido reconocimiento mundial que —como suele suceder con todos los grandes— le fue esquivo en su propio suelo, incluso al interior del gremio de escritores chilenos. No son pocos quienes han recordado en estos días sus polémicas públicas con Roberto Bolaño y Jorge Edwards, dos acorazados de las letras. Simples minucias. Destacó y voló más lejos que todos y ese fue quizás su gran pecado. Según Manuel Llorente, periodista de cultura del diario El Mundo, Sepúlveda siempre quiso emular los epew (cuentos) de su tío abuelo Ignacio Calfucura, quien hacia hablar a zorros, pumas, cóndores y wiñas en sus relatos al atardecer y junto al río. Créanme que lo logró con creces. Lean su libro “Historia de un perro llamado Leal” (2016), una bella fábula sobre la amistad y el honor que cierto día, desde muy lejos, tuvo el amable gesto de enviar a mi hija Amankay.

Hace exactamente un año atrás, entrevistado en la revista La Gata de Colette por su colega y amigo Ramón Díaz Eterovic, Sepúlveda contó de las motivaciones tras esta obra.

"Llegué a la necesidad de contar la historia de un perro y su saga de lealtad con el Wallmapu, con su atroz saqueo como fondo de la narración. El libro es un canto de amor a mi gente, porque yo soy mapuche, es un canto a sus valores, a su cultura, a sus tradiciones, a su lucha que dura ya demasiado tiempo y sin un atisbo de solución justa por parte del racista estado chileno", relató el escritor. Peñi Calfucura, hoy lo despedimos como mandata la tradición de nuestros mayores, relatando retazos de su vida. Ya derramaremos algún día pulko y muday sobre su tumba. Que sea una buena cabalgata donde sus ancestros.



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