Las cifras del último Censo de Población y Vivienda hablan por si solas. Pero no faltan quienes advierten cierto aprovechamiento tras la adscripción indígena. Lo hizo recientemente El Mercurio.
Un millón setecientos cuarenta y cinco mil personas es la población mapuche en Chile según el Censo 2017. La cifra es gigantesca. Tanto que si agregamos los 300 mil censados en Argentina, la población total de nuestro pueblo superaría los dos millones de habitantes. Casi la población total del País Vasco.
Los datos fueron entregados por el INE y provocaron reacciones. El Mercurio, por ejemplo, intentó deslegitimar la medición realizando una absurda comparación entre el Censo y los registros de la Corporación Nacional de Desarrollo Indígena donde los indígenas no superan los 800 mil inscritos. En un artículo de primera plana el decano de la prensa puso básicamente en duda la real identidad “mapuche” de quienes respondieron “sin serlo”.
Pero aquello es comparar peras con piñones. El registro de Conadi da cuenta principalmente de población indígena rural, mucha de ella en vulnerabilidad social y beneficiaria de subsidios y proyectos estatales. Fuera de ese registro existe todo un mundo mapuche que o no se ha registrado nunca o bien jamás accedería a dichos “beneficios” por no calificar como población en riesgo social.
Es una de las paradojas del conflicto al sur del Biobío; a mayor represión e incomprensión estatal, mayor el orgullo y la solidaridad étnica entre los mapuche.
Ese es otro mito recurrente; que el aumento de los mapuche se debería a los “aprovechadores de siempre” que buscarían acceder a “beneficios” del Estado. ¿Acaso no saben que acceder a subsidios (de tierras, agrícolas, becas de estudio, etc) requiere de una serie de requisitos socioeconómicos y que para un mapuche urbano, más si es técnico o profesional universitario, ello se vuelve prácticamente imposible?
Lo cierto tras las cifras del Censo es que Chile está cambiando. Somos testigos de un cambio cultural donde la autoafirmación mapuche y el reconocimiento de muchos chilenos de su ascendencia indígena avanzan lento pero a paso firme. Es una de las paradojas del conflicto que enfrentamos al sur del Biobío; a mayor represión e incomprensión estatal, mayor el orgullo y la solidaridad étnica entre los mapuche. Es el adiós al mapuchito y la bienvenida del mapuche, el adiós a las Juanitas y la bienvenida de las Ayelen.
Lo que El Mercurio ve hoy naufragar es el Chile blanco, monocultural y monolingüe del siglo XIX, aquel que Barros Arana, Vicuña Mackenna y el argentino Domingo Faustino Sarmiento nos heredaron casi como destino manifiesto. Pero sus ideas hoy representan el pasado. Y las nuestras están colmadas de futuro. Enhorabuena.
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