El reciente cambio de gabinete tuvo mucho de operación salvataje. Es el caso de Alfredo Moreno, el gran damnificado de un primer tiempo de gobierno para el olvido.
Sucedió lo que algunos vaticinamos a comienzos de esta semana; la salida de Alfredo Moreno del Ministerio de Desarrollo Social y su llegada a Obras Públicas. Del histórico conflicto estado-pueblo mapuche, cada día más violento y polarizado, a las tranquilas aguas de la cartera de los anuncios rimbonbantes y los cortes de cinta. Allí podrá por fin lucirse ante los medios de comunicación. Y es que una cosa es clara; si el territorio mapuche fue en la Colonia “el cementerio español en América”, en los tiempos actuales bien podríamos bautizarle como “el cementerio de ministros”.
La salida de Moreno tuvo mucho de gran rescate por parte de Sebastián Piñera. No es ningún secreto, hablamos del candidato no oficial del Mandatario para la ansiada continuidad de la derecha en La Moneda. Son aspiraciones que Moreno ha negado decenas de veces pero aquel es un juego de mascaras propio de la política. Llegado el momento su nombre lo veremos en la papeleta. Ello si es que “prende”. Aquel era uno de sus principales problemas; ser un completo desconocido en las encuestas. Y estar su imagen asociada a un conflicto interminable y poco sexi, algo fatal para un político.
Me consta que Moreno intentó marcar diferencias. Lo charlamos en el Palacio de La Moneda a poco de asumir el cargo. “El diálogo con todos -me dijo convencido- es el camino para derrotar las desconfianzas y avanzar”. Y así lo hizo. Aplicado y mateo, desde el día uno comenzó a estudiar un tema que reconocía desconocer por completo. Y a tejer contactos y complicidades con un pragmatismo sorprendente. Se reunió con actores de ambos lados. Tocó puertas y abrió otras tantas. Lo suyo fue intentar escuchar, incluso a los más radicales. Ello, no olvidemos, le costó ser declarado persona non grata. Por los dueños de fundo.
La salida de Moreno tuvo mucho de gran rescate por parte de Sebastián Piñera. No es ningún secreto, hablamos del candidato no oficial del Mandatario para la ansiada continuidad de la derecha en La Moneda.
Pero vino el caso Catrillanca y el escenario cambió por completo. Aquello fue un Exocet imparable y letal. No solo para Moreno, también para el Gobierno. No exagero si digo que se trata del “caso Caval” de la administración Piñera. Sus consecuencias fueron devastadoras; para la imagen del Gobierno, la confianza pública en las instituciones y para el clima político. La oposición, hasta entonces carente de unidad y de relato, encontró allí una oportunidad de oro. A la ex Nueva Mayoría le permitió por fin rearticularse. Y al Frente Amplio pasar de la queja recurrente a la política de verdad. Lo demostró esta semana en el Congreso.
Fue en Ercilla y no en la polémica Consulta Indígena donde naufragó la agenda de Moreno. Y el responsable de su fracaso no fue otro que Andrés Chadwick, el gran sobreviviente de la semana política. Fuego amigo, le dicen. Era un boicot político más que anunciado. Se lo advertí a Moreno en aquella charla en su oficina; la estrategia del garrote y la zanahoria, tan propia de sucesivos gobiernos con los mapuche, debía llegar a su fin. Por inmoral e inconducente. No fue así. Y el famoso Comando Jungla, aquel gustito racista de Interior para beneplácito de lo más rancio del latifundio sureño, terminó por dinamitarlo todo.
Son lecciones para Moreno. Puede que las necesite en unos años.
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