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El mundo perdido

La desaceleración económica producida por el coronavirus ha tenido un positivo impacto en el medioambiente. Así lo demuestra el caso de Venecia. Bueno sería sacar un par de lecciones.



“Si algo nos ha enseñado la historia de la evolución es que la vida no puede contenerse; la naturaleza siempre se abre camino”, comenta el matemático Ian Malcolm en El mundo perdido, novela del escritor Michael Crichton. Interpretado por el actor Jeff Goldblum en la franquicia de Jurassic Park, Malcolm es invitado a una isla del Caribe por un excéntrico millonario para avalar un parque de dinosaurios donde todo lo que podía salir mal, sale mal.

Para los humanos, obviamente.

Está pasando en Venecia donde la ausencia de visitantes —con millonarias y catastróficas pérdidas para la industria turística y el comercio— ha obrado el mismo fenómeno descrito en el libro; la naturaleza abriéndose camino.

En los últimos días, sus residentes se han sorprendido al ver que la laguna y sus canales lucen aguas transparentes y no turbias como de costumbre, algo impensado hasta hace un tiempo. También ven peces bordeando las góndolas y barcazas, algas que pueblan sus canales y aves acuáticas como cisnes y cormoranes que curiosos merodean por sus hoy expeditos rincones fluviales.

Causante del fenómeno ha sido el fin de la circulación de cientos de embarcaciones y la consiguiente disminución de su contaminación ambiental. Todo ello en directo beneficio de la biodiversidad local, aunque no de los humanos.

Hace unos meses Venecia era una de las ciudades más colapsadas del mundo por el turismo. En 2019 recibió veinte millones de visitantes, demasiados para una urbe fluvial que apenas supera los 250 mil habitantes. La ciudad, literalmente, se hundía a vista y paciencia de todo el mundo. Hasta que se quedó sin humanos y la naturaleza hizo el resto.

Tal como pasó en la novela de Crichton. Y también en la zona cero de Chernóbil.


Siempre he creído que la Naturaleza toma medidas bastante sabias para el planeta y sus hijos, por más que a veces nos parezcan impopulares o trágicas para los humanos. Aquella es también la creencia mapuche, la base de nuestro feyentun.

Responsable directo fue el coronavirus, pandemia que frenó en seco el aluvión de visitantes ofreciendo a Venecia un inesperado respiro. Y a sus habitantes la “vista limpia” de un entorno que muchos creyeron haber perdido para siempre. Bendita paradoja. Algo similar se espera suceda en el Monte Everest y otras cumbres de los Himalayas, transformadas en verdaderos basurales por compañías de turismo y oleadas de alpinistas.

China y Nepal ya anunciaron la cancelación de la temporada de expediciones producto de la pandemia global. Es la primera suspensión en cincuenta años de continua saturación y contaminación del llamado techo del mundo. Leyeron bien, la primera en medio siglo.

La industria de seguro lo lamenta, el Everest lo dudo. No más basura ni desperdicios, tampoco muertes de alpinistas y sherpas en arriesgados ascensos. Al menos por un tiempo.

En lo personal siempre he creído que la Naturaleza toma medidas bastante sabias para el planeta y sus hijos, por más que a veces nos parezcan impopulares o trágicas para los humanos. Aquella es también la creencia mapuche, la base de nuestro feyentun; que cada tanto la Mapu ajusta sus desequilibrios y frente a ello, si logramos sobrevivir, solo nos cabe sacar lecciones y aprender.

Lo curioso es que siempre, como toda buena madre, nos advierte.

Los eclipses y el florecimiento del colihue (Chusquea culeou) son dos ejemplos recientes de señales que nuestra cultura —profundamente conectada con los ciclos de la Tierra— suele interpretar como alerta de tiempos difíciles y calamidades. También los temblores, antesalas de la mítica confrontación entre Treng-Treng y Kai Kai, el equivalente mapuche de las placas Continental y de Nazca.

¿Qué nos estará tratando de decir la Mapu en esta oportunidad?

Volviendo a Italia, si bien el coronavirus ha golpeado a su población de manera trágica con miles de muertos, no son pocos los venecianos que esperan que la crisis sirva para un cambio en su insostenible modelo de desarrollo económico. Y es que no todo debiera tratar de negocio o lucro desmedido, diría con sabiduría mi madre.

Fue ella quien me recordó lo del florecimiento del colihue.

Yo, viviendo en la ciudad como muchos, confieso no lo vi venir.



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