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La otra historia secreta

Han sido días convulsionados en Wallmapu, el verdadero nombre del territorio mapuche. El caso Catrillanca no solo ha impactado a la opinión pública y gatillado una severa crisis en Carabineros y el gobierno. También ha dejado al descubierto lo poco que se conoce de un conflicto que hunde sus raíces en la historia. En aquella todavía no contada a los chilenos.



“Nadie puede pretender resolver en pocos meses un problema que tiene siglos”. Con esta frase Alfredo Moreno, ministro de Desarrollo Social, resumió en El Mercurio lo complejo del conflicto actual en las regiones del sur. Aquella es la creencia generalizada entre los chilenos y la clase política: que el conflicto se arrastra por largos siglos. Que partió con Diego de Almagro y Pedro de Valdivia.

¿Sospechará el ministro que hace poco más de un siglo y medio los mapuche eramos una nación independiente, rica y prospera, con tratados diplomáticos vigentes con las repúblicas y límites territoriales que se extendían del Pacífico al Atlántico?

Hacia 1860 los mapuche eramos dueños desde el sur de la provincia de Buenos Aires a la costa de la actual provincia de Arauco. Un vasto territorio en manos de una descentralizada confederación de clanes y linajes territoriales. El sur de Chile y Argentina fue por siglos nuestro territorio histórico. Y su nombre era Wallmapu. Allí cabalgaron nuestros ancestros e hicieron fortuna arreando miles de cabezas de ganado hacia ambos lados de la cordillera. De Puelmapu, la tierra mapuche del este, a Gulumapu, la tierra mapuche del oeste.

Las vacas y los caballos fueron introducidos por los españoles. Dispersos por el Wallmapu se multiplicaron de manera casi infinita, siendo incorporados por los mapuche como alimento y moneda de intercambio. De allí viene kulliñ, palabra mapuche que hoy se traduce comúnmente como plata o dinero. Su real significado no es otro que “animal” y durante siglos hizo referencia a nuestra principal moneda. Vacas, caballos y ovejas, los kulliñ más cotizados de nuestro sistema económico.

Si el conflicto nada tiene que ver con los españoles, ¿de qué trata entonces lo que acontece en el sur? Trata de aquel pueblo mapuche del cual les he contado y que a fines del siglo XIX fue despojado de su territorio por las repúblicas de Chile y Argentina. Hablamos del tiempo de mi bisabuelo el cacique Luis Millaqueo, quien nació en aquel Wallmapu libre.

También eramos una refinada sociedad de caballeros, es decir, de hombres a caballo. “Cada indio poseía su caballo sobre el cual pasaba una buena parte de su tiempo. No se concebía la calidad de jefe y de rico de un lonko si no contaba en sus posesiones por docenas o centenares las yeguas y los caballos que le servían para la guerra, la alimentación y los negocios”, relata Tomás Guevara. Al igual que para los guerreros mongoles, el caballo para el mapuche lo era prácticamente todo: alimento, transporte, armadura, poder, prestigio social y —en caso de muerte— una montura para viajar al Wenumapu, la tierra de sus ancestros.

Y es que el conflicto actual nada tiene que ver con los españoles. Tras un fiero contacto inicial, la diplomacia de las armas y el comercio fueron la norma. Ello durante tres siglos y en ambos lados de la cordillera. La llamada Guerra de Arauco disminuyó notablemente en intensidad a partir de 1641. Aquel año se firmaron las paces en el Parlamento de Quillín y se reconoció al río Biobío como frontera entre Wallmapu y la corona española.

Muertos en batalla dos gobernadores españoles —único caso en América— y destruidas en Curalaba (1598) las siete ciudades al sur del Biobío, más de treinta parlamentos regularon una convivencia que posibilitó una verdadera época dorada. Allí floreció el fino arte de nuestra orfebrería y la bella manufactura de nuestros textiles. Hablamos de una verdadera revolución cultural que también implicó despedirse de la agricultura; se volvió un trabajo doméstico y de escaso prestigio social.

Aquello fue observado con escándalo por historiadores y cronistas: mujeres mapuche trabajando la tierra y hombres dedicados a la guerra, los negocios y la política. Allí nace el mote de “mapuche flojo”. Lo cierto es que la sociedad chilena jamás pudo comprender aquel desprecio mapuche por el trabajo agrícola. Tras la independencia de Chile el mito se extendió entre poderosos hacendados, ansiosos por barrer con los indios dueños de tan fértiles campos. Sorprende lo actual de aquel prejuicio entre los chilenos. Es recurrente oírlo en Temuco entre dueños de fundo, líderes políticos y ciudadanos de a pie. Los mapuche flojos y borrachos. Y hoy por añadidura los terroristas y violentos.

Si el conflicto nada tiene que ver con los españoles, ¿de qué trata entonces lo que acontece en el sur? Trata de aquel pueblo mapuche del cual les he contado y que a fines del siglo XIX fue despojado de su territorio por las repúblicas de Chile y Argentina. No hablamos de tantos siglos atrás. Hablamos del tiempo de mi bisabuelo el cacique Luis Millaqueo, quien nació en aquel Wallmapu libre y murió viendo como su país mapuche se lo repartían entre los “winkas”.

Allí nace el conflicto en La Araucanía. De allí el reclamo y las controversias que persisten. Y las muertes de lado y lado que cada tanto nos golpean y entristecen.

Sabemos que es imposible volver el tiempo atrás. Pero conocer esta historia puede que nos permita saber por dónde explorar las soluciones. España supo dialogar tres siglos con los mapuche. Chile también lo hizo alguna vez, aconteció en 1825 en el Parlamento de Tapihue, allí en las cercanías de Yumbel. Pronto se cumplirán 200 años de aquel acuerdo solemne entre dos naciones y que luego fue traicionado por Chile. ¿Y qué tal si volvemos a parlamentar en Tapihue? Puede que sea allí y no en los operativos del Gope donde encontremos finalmente la paz.

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