Acaba de ser publicada una biografía del ingeniero alemán Teodoro Schmidt, personaje de infame rol en la invasión militar de Wallmapu.
El pasado domingo en el suplemento Artes y Letras del diario El Mercurio, Andrés Montero, bisnieto del ingeniero alemán Teodoro Schmidt, se refirió a la biografía que acaba de publicar de su célebre pariente. Si bien la entrevista trata del libro —Teodoro Schmidt Weichsel, un inmigrante ejemplar (El Libero), a todas luces un panegírico— su autor no pierde ocasión para referirse al conflicto chileno-mapuche actual.
Los juicios de Montero resultan muy reveladores de lo que cierto sector de la élite nacional —aquella que precisamente se benefició con la labor de Schmidt loteando fundos y trazando fuertes militares en la región de La Araucanía— piensa de los mapuche y sus reivindicaciones.
Montero asegura que la “incorporación de la Araucanía”, así llama a la cruenta campaña militar que comandaron Cornelio Saavedra, José Manuel Pinto y más tarde Gregorio Urrutia, “tuvo siempre como objetivo incorporar a un pueblo pobre [los mapuche] a los beneficios del desarrollo”. Es decir, se habría tratado de un verdadero acto de filantropía.
Aquella es una soberana mentira.
La invasión chileno-argentina aconteció en el período de mayor bonanza económica, riqueza ganadera y extensión territorial de nuestro pueblo en ambos lados de la cordillera. Hacia mediados del siglo XIX el Wallmapu tocaba las puertas de la provincia de Buenos Aires y de allí lo combinado del esfuerzo militar para derrotarnos. Y las varias décadas que les tomó hacerlo.
Testigo de aquella bonanza fue Aquinas Ried, médico, político y catedrático alemán que visitó el país mapuche independiente el año 1847, alojando en casa de la familia Colipi en Malleco.
“El lonko nos mostró sus grandes engordas en que pastaban miles de animales vacunos. Tiene ocho o diez potreros donde se crian vacas y yeguas. Uno o dos establecimientos de quesería, tres mil vacas lecheras, trescientos caballos de silla, muchas ovejas y en un cenagal que queda cerca de la casa numerosos chanchos alzados. También cultivan maíz, cereales y papas. Su séquito comprende hasta ocho mil lanzas”, relata en sus memorias.
Pasa que nadie invade un país pobre. Bien lo supo Teodoro Schmidt, responsable de lotear cientos de miles de hectáreas para repartirlas entre colonos europeos y hacendados. Fértiles campos y ricas haciendas mapuche arrebatadas por los winkas a escopetazo limpio.
Lo mismo observó el viajero norteamericano Edmond Reuel Smith en 1853, cuando visitó las tierras del toqui Mañilwenu en las cercanías del Traiguén actual.
“Colgada en su ruca había unas riendas cubiertas de adornos de plata maciza. Doscientos pesos fuertes no habrían pagado todo el metal que vi en los aperos que usaba solo para montar a caballo. La cantidad de plata usada en la manufactura de objetos para los indios es grande y como proviene exclusivamente de las monedas del país, siempre hay escasez de ellas en las provincias fronterizas”, comenta Smith.
Otro viajero célebre fue el naturalista polaco Ignacio Domeyko. Sus impresiones aparecen en el libro La Araucania y sus habitantes, publicado el año 1846 tras recorrer Wallmapu con fines científicos.
"Tienen los indios más de mil leguas cuadradas de un territorio que nunca se ha rendido al yugo de un gobierno desde la memorable destrucción de las siete ciudades españoles. Nada de bárbaro y salvaje tiene en su aspecto aquel país: casas bien hechas y espaciosas, gente trabajadora, campos extensos y bien cultivados, ganado gordo y buenos caballos, testimonios todos de prosperidad y de paz", escribe.
La verdad histórica es esa. Testimonios hay por montones.
Pasa que nadie invade un país pobre. Bien lo supo Teodoro Schmidt, responsable de lotear cientos de miles de hectáreas para repartirlas entre colonos europeos y hacendados. Fértiles campos y ricas haciendas mapuche arrebatadas por los winkas a escopetazo limpio. Hablamos de un gigantesco robo a mano armada del cual Schmidt fue uno de tantos cómplices. Las cosas como son, señor Montero.
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