La historia de las relaciones hispano-mapuche estuvo caracterizada por los "Parlamentos", juntas diplomáticas donde se dirimían conflictos y cimentaban las bases de un entendimiento. Chile también lo hizo.
Lo escribí hace poco. La Operación Huracán representa el fracaso de la vía policial en Wallmapu. Y quien así no lo crea estará condenado a repetir los errores y horrores que nos han acompañado en dos décadas de conflicto. ¿Qué hacer entonces? Mi propuesta es pasar de los calabozos al diálogo político, de la contención policial a la negociación. Volver en definitiva a parlamentar, volver a Tapihue.
Pocos saben que en 1825, en las cercanías de Yumbel, se logró la firma del histórico Tratado de Tapihue. En dicha junta el Estado de Chile reconoció ante Mariluán y otros lonkos la autonomía mapuche al sur del río Biobío. En sus treinta y tres artículos contemplaba extradición de fugitivos, aranceles aduaneros, auxilio mutuo en caso de guerra externa, devolución de cautivos y prisioneros, y libre tránsito de viajeros y comerciantes.
No hablamos de un tratado menor.
Sus tratativas tomaron dos años y el propio Ramón Freire se involucró en su diseño y búsqueda de respaldo político en el Congreso. El entonces Director Supremo sabía que con los mapuche era preferible “parlamentar” a tener que “guerrear” eternamente. Su padre, Francisco Antonio Freire, había sido un estrecho colaborador del gobernador y luego Virrey del Perú, Ambrosio O’Higgins, un verdadero “arquitecto” de tratados coloniales. Este conocimiento llevó a Freire a respaldar con todo las negociaciones.
Se cuenta que en Tapihue, para sellar la paz, las tropas de ambas naciones se formaron frente a frente y en el centro se enarboló el pabellón chileno y las banderas rojas y azules de los batallones mapuche. Luego vino el ritual; se rompió por parte del gobierno una espada y por cada jefatura mapuche una lanza. Diez salvas de cañón saludaron la firma del pacto e igual número de gritos con el lema ¡Viva la Unión!
¿Por qué diablos no se enseña esto en las escuelas a las nuevas generaciones?
En tiempos de confrontación y violencia en la zona sur ¿no sería relevante conocer de Tapihue y el rol clave de Freire y Mariluán en la búsqueda de una convivencia pacífica entre ambos pueblos? Una paz con justicia y derechos es un camino posible de transitar. Pero requiere voluntad política y diálogo de alto nivel. Es lo que nos enseña la propia historia entre Chile y el pueblo mapuche, así como también la experiencia comparada.
Sus tratativas tomaron dos años y el propio Ramón Freire se involucró en su diseño y búsqueda de respaldo político en el Congreso. Freire sabía que con los mapuche era preferible “parlamentar” a tener que “guerrear” eternamente.
Tan solo quince años después de Tapihue, en 1840, la Corona inglesa y las autoridades maoríes de Nueva Zelanda firmaron el Tratado de Waitangi. Este buscaba descomprimir un escenario de continuo enfrentamiento, estableciendo un freno a los atropellos de los colonos con la población nativa. Se firmó el 6 de febrero de 1840, en la región de Bay of Islands. Más de quinientos jefes maoríes se sumaron al acuerdo en los meses siguientes.
El tratado estableció que la reina (o el rey) de Gran Bretaña tenía derecho a gobernar Nueva Zelanda; que los jefes maoríes conservarían sus tierras y su calidad de jefes, y que toda la población autóctona tendría los mismos derechos que los británicos. Pero al igual que Chile con Tapihue, poco y nada fue respetado más tarde. Esto desencadenó las Guerras de la Tierra de Nueva Zelanda, conflicto que se prolongó hasta la década de 1860.
Como podrán suponer, la victoria final fue para los soldados británicos. Lo que vino después fueron confiscaciones de tierras que se prolongaron hasta bien entrado el siglo XX y abusos que abrieron heridas muy profundas. Hasta aquí una historia que parece calcada a nuestra mal llamada “Pacificación de la Araucanía”, ocurrida por las mismas fechas. Pero lo interesante es lo que allá sucedió en la segunda mitad del siglo XX.
Tras décadas de agudo conflicto, protestas maoríes e incluso atentados violentos, el gobierno neozelandés decidió rectificar su comportamiento, creando en 1975 el llamado Tribunal de Waitangi. Este inició un proceso de revisión de las reclamaciones maoríes, estableció políticas de reparación cultural, económica y territorial, además de ampliar los espacios de participación política maorí en la vida pública neozelandesa.
Hoy, en 2018, los maoríes cuentan con siete escaños reservados en el Parlamento, se oficializó la lengua maorí y la cultura originaria permeó todos los espacios de la sociedad neozelandesa, basta ver la popular haka de los All Blacks. Nueva Zelanda es hoy ejemplo mundial de respeto a los derechos de los pueblos indígenas. Y todo ello basado en un pacto firmado en la misma época que nuestro olvidado Tratado de Tapihue.
¿Y si aprendemos algo de todo ello?
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